Me dolía el cuello. Había pasados horas inclinada leyendo un libro de poesías, sentada en la mesa del comedor. Me pase la mano por el cuello y eche la cabeza hacia atrás.
Unas manos taparon mis ojos.
-¿Quién soy?-me susurro. Sentí el calor de su aliento en mí nunca. Y los pelos se me erizaron.
Debería de ser un momento bonito. Alguien que se coloca detrás de ti, te cubre los ojos y te hace la típica pregunta. Si ese alguien… Me quedo rígida. Aguanto la respiración.
-¡PADRE!
Escucho la voz de mi hermano llena de odio detrás de nosotros.
Mi padre aparta despacio sus dedos de mis parpados.
-Que mayor estas hijo.
Respiro hondamente para calmarme y me vuelvo hacia ellos aun sentada. Mi padre con pasos lentos casi arrastrando las suelas de sus zapatos viejos se va acercando a mi hermano como si temiera hacer un movimiento brusco y que esté saliera corriendo despavorido.
Mi hermano tenía la mirada desafiante. Sus ojos inexpresivos. Nada de emoción alguna.
-Vete.
Mi padre al tenerlo a unos centímetros de su cara, se para. Se ríe.
-¿Piensas echarme de mi propia casa?
-Dejo de serlo hace unos largos años.
No le contestó.
-Ya los has oído. Lárgate-me levante y apoye una mano el respaldo de la silla. Mi padre giro la cabeza hacia mi dirección para mirarme unos segundos. Había envejecido. Su rostro estaba demacrado. Sus ojos expresaban desolación y arrepentimiento.
-Hijo, lo siento. Ya no soy el mismo. He cambiado.
-Si padre siempre seguirás siendo el mismo. El mismo cabrón que termino con…-mi hermano no pudo seguir, aparto los ojos de nuestro padre.
Lleno de ira y con los puños apretados fue hacia él.
Lleno de ira y con los puños apretados fue hacia él.
Me puse en medio de los dos.
-¡VETE! Púdrete lejos de aquí donde no te veamos. ¡MALDITO!
Mi hermano no movió ni un músculo para apartarme. Se desahogo despreciándole.
Me dio la impresión que mi padre murmuro: Eso es lo que iba hacer.
Ese día fue la primera y la última vez que lo volvimos a ver después de salir de la cárcel.
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